Simulando un humano

jueves, marzo 23, 2006

Príncipe de Beckelaer

Un instante después de enterarse que su amada estaba en peligro el príncipe salió a galope de su castillo a socorrerla.

Rompió el silencio de las llanuras de la quietud con la respiración acelerada de su corcel, luchó contra los goblins en la falda de la montaña maldita y estuvo a punto de perder la cordura al ver su reflejo distorsionado en el lago de cristal. Todos estos esfuerzos merecieron la pena cuando se encontró frente a la puerta de la más alta torre del reino de los bork (donde había sido secuestrada su amada). No lo dudó, derribó la puerta, mató a los entrenados carceleros y liberó a su prometida. De vuelta a palacio tuvieron tiempo de sobra para hacerse mimos y promesas. Un mes después se casaron.

Dos años más tarde el príncipe, sin duda, hubiera perdido la cordura al volver a contemplar su reflejo en el lago de cristal. La prominente tripa no le dejaba atarse los cordones de sus botas de terciopelo, las entradas de su frente casi comunicaban con su real nuca y su antaño admirada dentadura ahora más bien parecía una montaña taladrada por una familia de enanos en busca de oro. La princesa no estaba mucho mejor, tener tres hijos en dos años le habían cambiado el carácter, y en palacio se la conocía como Lady Cuervo. Además sufría una extraña enfermedad del oído que le afectaba al habla y al equilibrio y, sin que los médicos de palacio supieran el porqué, guardaba una extraña relación con la noche y el chinchón.

Por todo esto y alguna cosa más, a nadie sorprendió que la pareja se retirara a vivir a las lejanas tierras de la risa donde, hasta el más soso, sabe contar un chiste.

RyC.